enero 04, 2013

El Llamado de la Selva

En Noviembre del 2011 viví uno de los momentos mas importantes de mi vida: fui madre, luego claro está de pasar los 9 meses previos con nota 7 (en escala del 1 al 7).
En este proceso uno cree que aprendió ya mucho leyendo, buscando en la web, recibiendo los miles de consejos de quiénes son y no han sido padres (estos son bien aguja), de la mamá, las amigas y de cualquier persona que a la palabra embarazo tiene algo que contar y aportar. A veces atinado, a veces no a lugar. Pero, dentro de todo esto hay cosas que nadie te cuenta, a pesar de que yo tenía algo así como un libro gordo de petete del embarazo; pre y post nacimiento.
Una de las cosas mas heavy que me ha tocado experimentar es el "amamantamiento", proceso que se supone sirve para crear el apego con el niño, además de ser la fuente ideal de alimentación del peque. En el momento en que puse mi pechuga en su boquita fue un momento mágico como de jardín de hadas, pero ese fue el único momento mágico. Luego de eso se fue de a poco transformando en un corto de terror, digo corto porque lo peor pasó en 2 semanas. Entre que no aguantas el dolor y vez como tus pezones se transforman en algo amorfo, el penseque de que quizás no serás buena madre o hasta que punto serás capaz de aguantar sin mandar todo al mismo carajo, una de las cosas que mas me impresionó fue sentir lo que empecé a llamar "el llamado de la selva", algo así como que tus pechugas se coordinan en horario y tono con el hambre o llanto del bebé. Y es así como de la nada tus pechugas empiezan a "hervir" como quién pone la tetera para la once y así debes correr a poner el alimento en la boca del hijo sino la leche se demarra y sale en chorros, es así como mis pijamas y poleras se empezaron a poner tiesas hasta que descubrí los absorventes de leche (que además sirven para que las pechugas se vean mas grandes, de haberlo sabido antes adiós al sostén con relleno).
Igual el otro día salí sin ellos a comprar por un largo rato y estaba en la fila del super cuando sentí el llamado, y de a poco se empezó a marcar en mi polera dos manchas que insistí en tratar de tapar pero eran tan evidentes que la cajera y el empaquetador no dejaban de fijar sus ojos y sonreir entre ellos, una siempre digna, actúa como si nada pasara. Esto es algo que a pesar de ser tan ínfimo en la vida de una madre es a la vez tan importante en la dignidad y...nadie me había contado.

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